La navaja
Todo lo necesario para
el viaje está colocado sobre la cama, dispuesto y alineado con cuidado. La
mochila, las prendas, las botas, el sombrero… La navaja pasa un poco
desapercibida en una esquina de la cama, con una inanimada e imposible vocación
de no molestar. Las cachas son de plástico nacarado, y la hoja, de unos cuatro
dedos de largo y llena de marcas y melladuras tras años de pacientes afilados,
baila un poco. Ya no corta mucho, y apenas pincha, pero eso al viajero poco le
importa. Es profundamente simbolista. También cree un poco en el alma de los
objetos inanimados, y siente, o quiere sentir, que parte del espíritu del abuelo,
tras tantos años de usarla para rebañar con tenacidad postguerrista los huesos
de los guisos, de cortar el pan y de pinchar trozos de tortilla, ha impregnado la
navaja. Así que la sostiene con veneración en la palma de su mano, acaricia con
cuidado las gastadas y brillantes cachas, y la guarda en el bolsillo del chaleco.
Después empieza a llenar la mochila, hasta que todo el equipaje está
concentrado en el fardo de tela con correajes y bolsillos que habrá de llevar a
la espalda durante las dos próximas semanas. El viajero se carga la mochila a
la espalda, se coloca en bandolera la bota de vino, tensa, llena con la mezcla
de caldos recios y golosos que le han preparado en la bodega del pueblo, y
ajusta el sombrero de tela sobre su cabeza. Siente, en todo momento, la mirada
desaprobatoria, resignada, de su mujer, y se contempla en el espejo del
dormitorio. Se siente ridículo con los pantalones cortos, como un “boy scout”
avejentado y decrépito, calvo, con una pierna medio inútil, más corta que la
otra, perforada, cortada, injertada, retorcida hasta la saciedad en mil y un
experimentos de quirófano. Se mira a los ojos fija, obsesivamente, como si
buscara en su azul desvaído un buen augurio para el viaje, la confirmación de
que las fuerzas no le fallarán, de que su mente frágil no se rendirá como en
tantas otras ocasiones. Por fin, con un suspiro de resignación, abandona la
mirada que a su vez lo interroga desde el espejo y sale de la habitación.