Cuando Camilo José Cela echó a
andar por la Alcarria, el rock’n’roll
todavía se cocía a fuego lento en el alma de las guitarras de los
cantantes de blues, macerándose en alcohol, sudor y desesperación. Europa se
arrastraba por las ruinas humeantes en estado de shock, reventada a golpes y
violada por vencedores y vencidos, con los ojos supurando locura y terror.
España olía a hambre, rencor y derrota, y un aire pegajoso, impregnado del
hedor de un millón de muertos, todavía asfixiaba al país. Casi setenta años
después, yo también eché a andar por la Alcarria en una sofocante mañana del
mes de Julio. No lo hice para encontrarme a mí mismo. Nunca he entendido esa
expresión. Como decíamos entre carcajadas mi amigo Juanjo y yo, frente a un
vaso de vino, que es donde se dicen las cosas más trascendentes y a la vez más
ridículas, a esta edad ya deberíamos habernos encontrado hace tiempo. Eché a andar por culpa de tres cuartos de
tomates.
No puedo concretar el año en el
que leí el fragmento de “Viaje a la Alcarria” que al cabo de casi cuarenta años
me llevaría a internarme por esas tierras. Es algún momento entre 1977 y 1980.
No recuerdo tampoco que dicho fragmento me causara una impresión especial,
aunque es evidente que me equivoco, y aquellas líneas permanecieron indelebles
en algún rincón de mi mente, inmunes a las sucesivas capas de recuerdos y
sensaciones que caen sobre los recuerdos de la niñez. Sí recuerdo el nombre del
maestro que pastoreaba pacientemente a los alumnos de Lengua en el colegio
Mossén Jacinto Verdaguer, de Cornellà de Llobregat, en aquellos años finales de
la década de los setenta. Don Jesús Ruiz, Maestro con mayúsculas, de gesto
adusto, manos manchadas de tiza, terco desasnador profesional de generaciones
de niños. Él me hizo leer en voz alta (o igual no fui yo, pero permitidme que
me tome esta pequeña licencia) el fragmento de marras. El de los tomates.
“El viajero, de Guadalajara sale a pie por la carretera general de
Zaragoza, al lado del río. Es el mediodía, y un sol de justicia cae, a plomo,
sobre el camino. El viajero anda por la cuneta, sobre la tierra; el asfalto es
duro y caliente, y estropea los pies. A la salida de la ciudad el viajero pasa
por un merendero que tiene un nombre sugeridor, lleno de resonancias; por un
merendero que se llama Los misterios de Tánger. Antes ha entrado en una
verdulería a comprar unos tomates.
-¿Me da tres cuartos de tomates?
-¿Eh?
-La vedulera es sorda como una tapia.
-¡Que si me da tres cuartos de tomates!
La verdulera ni se mueve; parece una verdulera sumida en profundas
cavilaciones.
-Están verdes.
-No importa; son para ensalada.
-¿Eh?
-¡Que me es igual!
La verdulera piensa, probablemente, que su deber es no despachar
tomates verdes.
-¿Va usted a Zaragoza, por un casual, a cumplir una promesa?
-No, señora.
-¿Eh?
-¡Que no!
-Pues antes iban muchos a Zaragoza; llevaban también el equipaje
colgando.
-Antes sí, señora. ¿Me da tres cuartos de tomates?
No sé si es este exactamente el
fragmento que leí, o recuerdo leer, en el Verdaguer hace tantos años.
Probablemente empezara o acabara unas frases antes, o después. No tiene
importancia. Pero ese extracto del
“Viaje a la Alcarria”, incluido en un libro de texto de Lengua para la EGB me
llevó, más de treinta años después, a recorrer a pie los lugares por los que
transitó Cela en 1946. A mero pinrel, con una mochila a la espalda y una bota
de vino colgando del hombro. Salí, como él, “a que no me pasara nada”, pero
principalmente a cumplir con una cita que inconscientemente me autoimpuse desde
ese momento en el que ese fragmento del “Viaje a la Alcarria” se enseñoreó de
mi mente. No era yo, cuando emprendí el viaje, un treintañero enjuto como el
Cela que recorrió los paisajes alcarreños en 1946, ni tampoco el orondo casi
setentón que los volvió a visitar en 1985 a bordo de un Rolls. Estaba, por así decirlo, instalado en un
término medio, con más kilos y años que el Cela de 1946, pero menos que el de
1985. Caminé buscando las sendas por las que caminó Cela. Unas habían
desaparecido, otras no supe encontrarlas, y en otras coincidí, más o menos, con
sus pasos. Me emocioné hasta la lágrima, que la tengo fácil y casi siempre
presta, reí, canté, padecí sed, apreté los dientes cuando las ampollas de los
pies me martirizaban a cada paso y anduve durante largas horas por asfaltos que
hervían bajo mis botas y negaban los caminos rurales de mi idealizado trayecto.
Conocí a personas que me brindaron su amabilidad, o su indiferencia, aunque por
fortuna nunca su antipatía. Fui protagonista de episodios chuscos, casi
surrealistas. Me desesperé perdido por una montaña, mirando angustiado el sol
que se ocultaba y las sombras que se cernían sobre mí, y acabé aliviado por
dormir esa noche en un banco de piedra, con el magro abrigo de unas camisetas
que con tozuda insistencia caían al suelo. Comí bien, bebí mejor, y hubo
momentos en los que agradecí a un Dios en el que no creo que me deparara fugaces
instantes de paz y felicidad, con una copa de buen vino en la mano y unos
torreznos recién hechos en un plato. En definitiva, deambulé por la Alcarria
sin prisas, contento dentro de las penalidades, eufórico a veces, siempre
emocionado. Es ahora el momento de compartir mi periplo con vosotros, de
rescatar de mi pobre bagaje literario las palabras que me permitan expresar el
sentimiento con el que cada mañana, durante esos inolvidables días, iniciaba el
camino. A ver qué pasaba. A que no me pasara nada. A mero pinrel.
Pues ya tengo gana de leer tus andanzas... Estoy segura que todos disfrutaremos leyendo tus aventuras en el viaje.
ResponderEliminarQuedo a la espera y felicidades por este blog que estrenas.
Mamen.
Seguiré tus etapas pinreleras
ResponderEliminarUn abrazo
Excelente arranque. Confío en que, una vez reposado el viaje y alejados los rigores caniculares, nos permitas compartir tu experiencia en la distancia gracias al poder evocador de la palabra escrita. Esa que tan magistralmente supo utilizar Cela en sus mejores obras. Creo que este año, además, toca aniversario del ínclito. Sería buen momento para reivindicarlo en lo que merece.
ResponderEliminarComo me alegro que hicieras ese camino
ResponderEliminarY estoy impaciente por seguir leyendo tu experiencia
Un abrazo teniente !!!!!
Me engancho a tu pinrel cuán sanguijuela a una vena!!
ResponderEliminarMe gusta compañero ,me gusta tu regurgitar...
ResponderEliminar¿Y... don Andrés?, estamos esperando leer lo que siga. Mire que si no sus seguidores acá nos amotinamos, hacemos piquete y nos quedamos tomando mate hasta que aparezca algo. He dicho.
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